Por entre las hojas de una parva de perejil, de soslayo, volví a espiar a mis padres que hacían la compra en otro puesto del mercado. En realidad se habían apartado para enzarzarse en otra de sus batallas de gestos despectivos previas al divorcio.
La verdulera siguió con su vista la dirección de mi vista y descubrió mis preocupaciones infantiles con la velocidad de los aviones supersónicos. Entonces eligió una naranja y me la regaló. -Es muy dulce...- me dijo -...No todo es tan dulce en esta vida.- Y siguió atendiendo a la clientela como si tal cosa.
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