domingo, 23 de septiembre de 2007

Arcenio Pastor Erico

“El paraguayo Erico pegó el brinco y se suspendió en el aire en frente de la pelota, le clavó la mirada bien desde cerquita y estuvo ahí colgando una inmensidad de tiempo. Toda la tribuna (tanto la local como la visitante) estaba muda, inmóvil, estupefacta. Cuando Erico sacudió el cabezazo la pelota salió como una bala, pegó en el travesaño, salió en perpendicular hacia el suelo, rebotó en la línea de cal, volvió a pegar en el travesaño, y otra vez en la línea de cal, y otra vez en el travesaño y así sucesivamente durante unos minutos interminables con el arquero dando manotazos para todos lados, hasta que entró. La tribuna (tanto la local como la visitante) no reaccionó, ni los veintiún jugadores restantes, ni los árbitros, todos quedaron congelados por la magia que conllevan los golazos, tal es así que se escuchó claramente como Erico gritaba el gol con la letra o estirada hasta el cansancio y corría como una hormiguita por el pasto verde medio pelado del área chica“.

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