Brujo siempre me dijerondespués del parto las minas
porque el que sabe adivina
si piba o piba va a ser.
Manos brujas, a saber,
fui apodado en otros casos,
siempre antes del embarazo
y en distinto menester.
Es que, tal como nosotros, a presión atmosférica y temperatura ambiente, el grafito es más estable que el mismísimo diamante, aunque la descomposición del diamante sea tan extremadamente lenta que sólo pueda apreciarse a escala geológica. De ahí que ningún ser humano, y en especial los dibujantes, debería negar sus semejanzas con el grafito.
La última vez que anduvimos mi cómplice Mariana y yo por Alta Gracia dormimos a orillas del arroyo y fuimos a visitar la casa que hoy es el museo del Che. Estaba todavía en obras, hacía mucho calor, era mediodía y no había otro alma que no fuera la de una mujer barriendo en la entrada. Nos dejó pasar, estaba absolutamente vacío y casi sin darnos cuenta nos descubrimos tratando de no hacer ruido y buscando fantasmas que nos contaran algo por las habitaciones, pero el eco de lo silencios nos delataba a cada paso y nos devolvía al presente. De pronto descubrí que algunos de los azulejos con los que estaban revestidas las paredes originales tenían unas frases impresas. Me sobresalté, fue como escuchar esas voces que queríamos oír. Saqué un papelito y las anoté una por una de malpensado nomás, me imaginaba que a nadie se le ocurriría salvar ese singular documento. Después, en el mismo viaje, perdí el papelito.
La paciencia no es digna de las juventudes. Las juventudes están hechas para subvertir, para que todo las impaciente y las haga reaccionar. La paciencia está hecha para los santos, o para ser paciente y esperar en la sala de primeros auxilios de los hospitales o para esperar en el comedor de los geriátricos.
Sin saber qué pretensiones tienen sus palabras las veo paseando por los campos blancos de los libros. Nadie que dibuje las letras como ella las dibuja merece el desamparo editorial. Por ahora la encuentro en este mar eléctrico donde abundan los críticos despiadados como viejos bucaneros que siguen ahumando carne para vendérsela a los navíos llenos de analfabetos hambrientos, donde aletean los corazones de ritmo tartamudo a los que no les queda mas remedio que leer sílaba por sílaba para nunca entender la frase completa, donde pernoctan expectantes los sabios de pacotilla siempre al acecho de un párrafo jugoso al que hincarle el angurriento tenedor del copyright.