jueves, 22 de enero de 2009

El museo del Che

La última vez que anduvimos mi cómplice Mariana y yo por Alta Gracia dormimos a orillas del arroyo y fuimos a visitar la casa que hoy es el museo del Che. Estaba todavía en obras, hacía mucho calor, era mediodía y no había otro alma que no fuera la de una mujer barriendo en la entrada. Nos dejó pasar, estaba absolutamente vacío y casi sin darnos cuenta nos descubrimos tratando de no hacer ruido y buscando fantasmas que nos contaran algo por las habitaciones, pero el eco de lo silencios nos delataba a cada paso y nos devolvía al presente. De pronto descubrí que algunos de los azulejos con los que estaban revestidas las paredes originales tenían unas frases impresas. Me sobresalté, fue como escuchar esas voces que queríamos oír. Saqué un papelito y las anoté una por una de malpensado nomás, me imaginaba que a nadie se le ocurriría salvar ese singular documento. Después, en el mismo viaje, perdí el papelito.

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